¿Cómo es el verdadero don de lenguas? CARLOS A. STEGER
La Biblia es la norma para evaluar toda práctica religiosa. Esto es especialmente relevante cuando hay opiniones divergentes respecto de alguna de ellas, como es el don de lenguas. Toda discusión de las diversas expresiones que pretendan ser manifestaciones de este don del Espíritu Santo, debe fundamentarse en el testimonio de las Sagradas Escrituras.
Existen básicamente dos interpretaciones respecto del don de lenguas mencionado en el Nuevo Testamento. Unos afirman que se trata de la capacidad especial que concede el Espíritu Santo para hablar idiomas extranjeros. Otros sostienen que es un trance o un éxtasis, en el que se pronuncian sonidos ininteligibles bajo el dominio del Espíritu Santo. ¿Cuál de estas dos interpretaciones es la correcta?
La palabra griega glossa, “lengua”, puede referirse al órgano del cuerpo o a un idioma (como en la expresión “lengua castellana”), según el contexto. En el NT se usa con ambos sentidos. Cuando los escritores del NT la utilizan para referirse a un idioma, va precedida por el verbo laleo, “hablar”.
La expresión “hablar en lenguas” aparece solamente en tres libros del NT: Marcos, Hechos y 1 Corintios. Analicemos estos textos en el orden cronológico de los acontecimientos.
La promesa del don de lenguas. La primera mención de “hablar en lenguas” es una promesa de Cristo a los discípulos, pronunciada inmediatamente después de encomendarles la gran comisión evangélica. En este contexto, el don de lenguas cumple una doble función misionera: servir como señal del origen divino de la misión y capacitar para la predicación del evangelio.
1. Un don para autenticar la misión. Cristo dijo que el don de lenguas sería una de las “señales” que acompañarían la predicación, para mostrar que el evangelio proviene de Dios. Otras señales incluían protección sobrenatural y poder para expulsar al enemigo y sanar enfermos (Mar. 16:17, 18).
El Señor hace todo lo posible para que los seres humanos crean en él. El primer milagro de Cristo registrado por Juan fue el principio de las “señales” que hizo Jesús (Juan 2:11). Al verlo, los discípulos creyeron en él como el Mesías. Sin embargo, los judíos no creyeron y le pidieron que hiciera otras señales milagrosas como prueba de su divinidad (Mat. 12:38; Juan 2:18; 6:30). Pero Cristo no realizó milagros para satisfacer la curiosidad (Mat. 16:1-4; Luc. 23:8, 9). Su trato hacia sus contemporáneos muestra que los seres humanos no podemos decidir cómo y cuándo Dios realizará una “señal”. Esa es una prerrogativa divina.
2. Un don para capacitar a los misioneros. Sin duda, los apóstoles, preocupados, se habrán preguntado cómo podrían predicar el evangelio a todo el mundo. Sin embargo, cada vez que el Señor encarga una misión a sus siervos también los capacita para cumplirla. A fin de que pudieran predicar aun en los lugares más difíciles, Cristo les prometió protección especial ante los peligros, poder para vencer al enemigo y curar enfermedades, y la habilidad para superar las barreras lingüísticas: “En mi nombre [...] hablarán nuevas lenguas” (Mar. 16:17). Para poder predicar, el Señor les daría la capacidad de hablar idiomas extranjeros que hasta ese momento eran desconocidos para ellos, pero conocidos para los receptores del evangelio.
El cumplimiento de la promesa La promesa de Cristo comenzó a cumplirse en Pentecostés. Ese día, los creyentes “fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hech. 2:4).
Pentecostés era una de las principales fiestas religiosas anuales. Por lo tanto, se había reunido una gran cantidad de peregrinos procedentes de los cuatro puntos cardinales (Hech. 2:5-11). Todos ellos estaban atónitos, porque “cada uno les oía hablar en su propia lengua” (Hech. 2:6).
Evidentemente, los apóstoles estaban hablando en idiomas extranjeros conocidos para la audiencia. Lo que los apóstoles decían “en lenguas” era perfectamente comprensible. Los extranjeros que estaban ese día en Jerusalén testificaron: “Les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios” (Hech. 2:11).
El don celestial “los habilitaba para hablar con facilidad idiomas antes desconocidos para ellos. [...] Dios suplió de una manera milagrosa la deficiencia de los apóstoles. [...] Ellos podían ahora proclamar las verdades del evangelio extensamente, pues hablaban con corrección los idiomas de aquellos por quienes trabajaban”.1
En Pentecostés se cumplieron plenamente los dos propósitos del don de lenguas indicados por Jesús al prometerlo. El milagro fue una señal que dejó “atónitos y maravillados” a los oyentes; así, fue “una evidencia poderosa para el mundo de que la comisión de ellos llevaba el sello del Cielo”.2
Al mismo tiempo, mediante este don, el Señor capacitó a los apóstoles para comunicar el evangelio a los extranjeros en su propio idioma.
El cumplimiento ampliado Los que recibieron el don de lenguas en Pentecostés eran creyentes de origen judío. Un poco más adelante, el Señor mostró a la iglesia que la promesa también era para los creyentes de origen gentil.
Antes de que Pedro terminara de predicar a Cornelio y a su casa, “el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso” (Hech. 10:44). Ahora, los receptores del Espíritu Santo eran gentiles, ante el asombro de los judíos presentes, que “los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios” (Hech. 10:45, 46).
Lo que decían Cornelio y los demás gentiles presentes era algo comprensible, pues los que escuchaban entendían claramente que “magnificaban a Dios”.
El don de lenguas concedido a Cornelio y a su casa era exactamente el mismo que fue otorgado a los apóstoles en Pentecostés, y tenía el mismo propósito. Cuando Pedro informó a los dirigentes en Jerusalén lo que había ocurrido, destacó que el derramamiento del Espíritu Santo sobre Cornelio y su casa había sido “como sobre nosotros al principio” (Hech. 11:15), haciendo una clara alu-sión al día de Pentecostés. Más aún, Pedro afirmó que Dios “les concedió [a Cornelio y su casa] también el mismo don que a nosotros” (Hech. 11:17).
Dios mostró que tanto los judíos como los gentiles tenían la misma responsabilidad de evangelizar el mundo, y la misma ayuda divina para hacerlo, cuando fuese necesario predicar en un idioma hasta entonces no conocido por los misioneros.
Algo similar ocurrió posteriormente en Éfeso, cuando Pablo bautizó a unos doce creyentes, que recibieron el Espíritu Santo y, como resultado, “hablaban en lenguas, y profetizaban” (Hech. 19:6). La combinación de hablar en lenguas y profetizar (que significa transmitir un mensaje de parte de Dios) muestra que las lenguas que el Espíritu les concedió que hablasen eran idiomas comprensibles.
En ese tiempo, Éfeso era la capital de la provincia romana de Asia y “era un gran centro comercial. Su puerto estaba atestado de barcos y en sus calles se agolpaban gentes de todos los países”.3 Al recibir el Espíritu Santo, los nuevos creyentes “fueron capacitados para hablar los idiomas de otras naciones y profetizar. Así, fueron habilitados para trabajar como misioneros en Éfeso y en su vecindad, y también para salir a proclamar el evangelio en Asia Menor”.4
Teología de los dones La única epístola de todo el NT que menciona el don de lenguas es la primera carta a los Corintios, en los capítulos 12, 13 y 14. Estos capítulos están dedicados a analizar los dones espirituales. En primer lugar, Pablo establece el origen, el propósito y la diversidad de los dones espirituales (1 Cor. 12). Luego, muestra que los dones deben ser ejercidos con amor (1 Cor. 13). Y finalmente corrige los abusos y las distorsiones que habían entrado en la iglesia de Corinto respecto del don de lenguas (1 Cor. 14).
Pablo explica, con toda claridad, que el Señor concede los dones espirituales “para provecho” (1 Cor. 12:7) de la iglesia. Los entrega con el propósito de “perfeccionar [habilitar] a los santos para la obra del ministerio” y para la “edificación del cuerpo de Cristo” (Efe. 4:12, 13). Los dones no son otorgados para beneficio del propio creyente, sino para ministrar a otros.
Además, el apóstol destaca que el ser humano no establece qué dones recibirá ni cuándo los obtendrá; es el Espíritu Santo quien decide, repartiendo los dones “como él quiere” (1 Cor. 12:11). El Espíritu concede dones diferentes a cada uno de los creyentes, que conforman un cuerpo espiritual (la iglesia) en el que cada miembro cumple una función distinta (1 Cor. 12:12-30).
El don desvirtuado Se ha discutido mucho acerca del don de lenguas mencionado en 1 Corintios 14. Sin duda, es un capítulo difícil de interpretar. Uno de los principios de interpretación bíblica establece que se debe entender los pasajes oscuros a la luz de los más claros. Por lo tanto, este capítulo debe ser comprendido a partir de la promesa de Cristo (Mar. 16:17) y su cumplimiento (Hech. 2; 10; 19); nunca a la inversa.
Este capítulo no puede referirse a “hablar lenguas angélicas”, frase que se menciona por única vez en 1 Corintios 13:1. Allí Pablo no afirma que habla lenguas angélicas, sino que alude a una situación hipotética (“si” condicional más verbo en subjuntivo). Utiliza una hipérbole para enfatizar la superioridad y la necesidad del amor. Aun si llegara a hablar el idioma de los ángeles pero no tuviera amor, de nada le serviría.
Al analizar 1 Corintios 14, es necesario tener presente que la versión Reina-Valera (de 1909, 1960 y 1995), tendenciosamente, agrega al sustantivo “lengua” los adjetivos “extraña” (vers. 4, 13, 27) y “desconocida” (vers. 14, 19), que no figuran en el texto original.
Pablo escribió a los corintios para corregir las distorsiones que se habían introducido en la práctica del don de lenguas. Lo que Dios concedió como un medio para predicar el evangelio y edificar la iglesia, se había convertido en un fin en sí mismo. Los corintios habían perdido de vista el propósito del don y pretendían usarlo egoístamente, sin darse cuenta de que así perdía todo sentido y hasta resultaba contraproducente para la iglesia.
En vez de usar el don de lenguas para predicar, lo estaban usando para orar y adorar. En la iglesia puede ser pertinente alabar y orar a Dios en otro idioma, si hubiere personas presentes que lo entiendan. Pero, puede ser enteramente inapropiado y desconsiderado hacerlo si ninguno de los presentes comprende ese otro idioma. Eso es lo que ocurría en Corinto.
Con mucho tacto, el apóstol procuró rectificar esta práctica equivocada, mostrando cuán inútil resultaba. Si se lo usaba de esta forma, sería preferible profetizar en la iglesia en lugar de hablar en lenguas, ya que así sería edificada toda la iglesia (1 Cor. 14:1- 5). Porque profetizar es mucho más que predecir el futuro; es hablar a los demás “para edificación, exhortación y consolación” (1 Cor. 14:3), “para que todos aprendan, y todos sean exhortados” (1 Cor. 14:31).
En realidad, al usarlo de esa manera era totalmente improductivo (1 Cor. 14:6-20). “Si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire” (1 Cor. 14:9). Aunque al alabar u orar en otro idioma te edificaras espiritualmente a ti mismo, argumentó Pablo, “el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho” (1 Cor. 14:16).
Por otro lado, Pablo recordó a los corintios que el don de lenguas es dado como una señal para los incrédulos. Pero, tal como lo practicaban, en lugar de ser una señal positiva traía oprobio y entorpecía la evangelización (1 Cor. 14:20-25).
Cómo debe usarse el don Luego de mostrar a los creyentes de Corinto que estaban usando en forma equivocada el don de lenguas, Pablo estableció algunos principios básicos para su uso correcto (1 Cor. 14:26-33, 39, 40).
Lo más importante es que ayude a crecer espiritualmente a los demás (sean creyentes o incrédulos). “Hágase todo para edificación” (1 Cor. 14:26).
Para que esto se logre, lo que se dice en otra lengua debe ser comprensible. De ahí que los que tienen el don deben hablar por turno (no todos juntos) y, si hablan en un idioma que no conocen los presentes, debe haber un intérprete (1 Cor. 14:27). Tan crucial es esto que Pablo ordenó: “si no hay intérprete, calle en la iglesia” (1 Cor. 14:28).
“Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (1 Cor. 14:33). Por eso, el apóstol concluyó sus instrucciones con un principio universal, al decir “hágase todo decentemente y con orden” (1 Cor. 14:40).
Conclusión Los dones espirituales pueden ser una tremenda bendición para la iglesia siempre que se usen para el propósito por el que son concedidos. Dios no los otorga para autenticar la experiencia cristiana personal. La evidencia de la conversión no consiste en los dones que alguien pudiera recibir, sino en la manifestación del fruto del Espíritu Santo en la vida diaria.
Satanás se ha esforzado por distorsionar y falsificar los dones. Las evidencias parecen indicar que, lamentablemente, ha tenido mucho éxito al producir un don de lenguas adulterado. Muchos profesos cristianos “hablan en una jerigonza incomprensible que llaman la lengua desconocida, y que lo es no solo para el hombre, sino también para el Señor y todo el cielo. Estos dones son fabricados por hombres y mujeres ayudados por el gran engañador”.5
Siempre debemos recordar que este don (como los demás dones) no es un fin en sí mismo; tampoco es lo más importante para la obra de evangelización. “El mundo no se convertirá por el don de lenguas, o por la obra de los milagros,
sino por la predicación de Cristo crucificado”.6
Procuremos los dones mejores y, guiados por el Espíritu Santo, usémoslos con amor para predicar acerca del Salvador Jesús.
Referencias
1 Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles (Buenos Aires: ACES, 1977), pp. 32, 33.
2 Ib id., p. 33.
3 Ibíd., p. 231.
4 Ibíd.
5 ____ , Joyas de los testimonios (Buenos Aires: ACES, 1987), 1.1, p. 161.
6 ____ , Testimonios para los ministros (Buenos Aires: ACES, 1977), p. 431.
La Biblia es la norma para evaluar toda práctica religiosa. Esto es especialmente relevante cuando hay opiniones divergentes respecto de alguna de ellas, como es el don de lenguas. Toda discusión de las diversas expresiones que pretendan ser manifestaciones de este don del Espíritu Santo, debe fundamentarse en el testimonio de las Sagradas Escrituras.
Existen básicamente dos interpretaciones respecto del don de lenguas mencionado en el Nuevo Testamento. Unos afirman que se trata de la capacidad especial que concede el Espíritu Santo para hablar idiomas extranjeros. Otros sostienen que es un trance o un éxtasis, en el que se pronuncian sonidos ininteligibles bajo el dominio del Espíritu Santo. ¿Cuál de estas dos interpretaciones es la correcta?
La palabra griega glossa, “lengua”, puede referirse al órgano del cuerpo o a un idioma (como en la expresión “lengua castellana”), según el contexto. En el NT se usa con ambos sentidos. Cuando los escritores del NT la utilizan para referirse a un idioma, va precedida por el verbo laleo, “hablar”.
La expresión “hablar en lenguas” aparece solamente en tres libros del NT: Marcos, Hechos y 1 Corintios. Analicemos estos textos en el orden cronológico de los acontecimientos.
La promesa del don de lenguas. La primera mención de “hablar en lenguas” es una promesa de Cristo a los discípulos, pronunciada inmediatamente después de encomendarles la gran comisión evangélica. En este contexto, el don de lenguas cumple una doble función misionera: servir como señal del origen divino de la misión y capacitar para la predicación del evangelio.
1. Un don para autenticar la misión. Cristo dijo que el don de lenguas sería una de las “señales” que acompañarían la predicación, para mostrar que el evangelio proviene de Dios. Otras señales incluían protección sobrenatural y poder para expulsar al enemigo y sanar enfermos (Mar. 16:17, 18).
El Señor hace todo lo posible para que los seres humanos crean en él. El primer milagro de Cristo registrado por Juan fue el principio de las “señales” que hizo Jesús (Juan 2:11). Al verlo, los discípulos creyeron en él como el Mesías. Sin embargo, los judíos no creyeron y le pidieron que hiciera otras señales milagrosas como prueba de su divinidad (Mat. 12:38; Juan 2:18; 6:30). Pero Cristo no realizó milagros para satisfacer la curiosidad (Mat. 16:1-4; Luc. 23:8, 9). Su trato hacia sus contemporáneos muestra que los seres humanos no podemos decidir cómo y cuándo Dios realizará una “señal”. Esa es una prerrogativa divina.
2. Un don para capacitar a los misioneros. Sin duda, los apóstoles, preocupados, se habrán preguntado cómo podrían predicar el evangelio a todo el mundo. Sin embargo, cada vez que el Señor encarga una misión a sus siervos también los capacita para cumplirla. A fin de que pudieran predicar aun en los lugares más difíciles, Cristo les prometió protección especial ante los peligros, poder para vencer al enemigo y curar enfermedades, y la habilidad para superar las barreras lingüísticas: “En mi nombre [...] hablarán nuevas lenguas” (Mar. 16:17). Para poder predicar, el Señor les daría la capacidad de hablar idiomas extranjeros que hasta ese momento eran desconocidos para ellos, pero conocidos para los receptores del evangelio.
El cumplimiento de la promesa La promesa de Cristo comenzó a cumplirse en Pentecostés. Ese día, los creyentes “fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hech. 2:4).
Pentecostés era una de las principales fiestas religiosas anuales. Por lo tanto, se había reunido una gran cantidad de peregrinos procedentes de los cuatro puntos cardinales (Hech. 2:5-11). Todos ellos estaban atónitos, porque “cada uno les oía hablar en su propia lengua” (Hech. 2:6).
Evidentemente, los apóstoles estaban hablando en idiomas extranjeros conocidos para la audiencia. Lo que los apóstoles decían “en lenguas” era perfectamente comprensible. Los extranjeros que estaban ese día en Jerusalén testificaron: “Les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios” (Hech. 2:11).
El don celestial “los habilitaba para hablar con facilidad idiomas antes desconocidos para ellos. [...] Dios suplió de una manera milagrosa la deficiencia de los apóstoles. [...] Ellos podían ahora proclamar las verdades del evangelio extensamente, pues hablaban con corrección los idiomas de aquellos por quienes trabajaban”.1
En Pentecostés se cumplieron plenamente los dos propósitos del don de lenguas indicados por Jesús al prometerlo. El milagro fue una señal que dejó “atónitos y maravillados” a los oyentes; así, fue “una evidencia poderosa para el mundo de que la comisión de ellos llevaba el sello del Cielo”.2
Al mismo tiempo, mediante este don, el Señor capacitó a los apóstoles para comunicar el evangelio a los extranjeros en su propio idioma.
El cumplimiento ampliado Los que recibieron el don de lenguas en Pentecostés eran creyentes de origen judío. Un poco más adelante, el Señor mostró a la iglesia que la promesa también era para los creyentes de origen gentil.
Antes de que Pedro terminara de predicar a Cornelio y a su casa, “el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso” (Hech. 10:44). Ahora, los receptores del Espíritu Santo eran gentiles, ante el asombro de los judíos presentes, que “los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios” (Hech. 10:45, 46).
Lo que decían Cornelio y los demás gentiles presentes era algo comprensible, pues los que escuchaban entendían claramente que “magnificaban a Dios”.
El don de lenguas concedido a Cornelio y a su casa era exactamente el mismo que fue otorgado a los apóstoles en Pentecostés, y tenía el mismo propósito. Cuando Pedro informó a los dirigentes en Jerusalén lo que había ocurrido, destacó que el derramamiento del Espíritu Santo sobre Cornelio y su casa había sido “como sobre nosotros al principio” (Hech. 11:15), haciendo una clara alu-sión al día de Pentecostés. Más aún, Pedro afirmó que Dios “les concedió [a Cornelio y su casa] también el mismo don que a nosotros” (Hech. 11:17).
Dios mostró que tanto los judíos como los gentiles tenían la misma responsabilidad de evangelizar el mundo, y la misma ayuda divina para hacerlo, cuando fuese necesario predicar en un idioma hasta entonces no conocido por los misioneros.
Algo similar ocurrió posteriormente en Éfeso, cuando Pablo bautizó a unos doce creyentes, que recibieron el Espíritu Santo y, como resultado, “hablaban en lenguas, y profetizaban” (Hech. 19:6). La combinación de hablar en lenguas y profetizar (que significa transmitir un mensaje de parte de Dios) muestra que las lenguas que el Espíritu les concedió que hablasen eran idiomas comprensibles.
En ese tiempo, Éfeso era la capital de la provincia romana de Asia y “era un gran centro comercial. Su puerto estaba atestado de barcos y en sus calles se agolpaban gentes de todos los países”.3 Al recibir el Espíritu Santo, los nuevos creyentes “fueron capacitados para hablar los idiomas de otras naciones y profetizar. Así, fueron habilitados para trabajar como misioneros en Éfeso y en su vecindad, y también para salir a proclamar el evangelio en Asia Menor”.4
Teología de los dones La única epístola de todo el NT que menciona el don de lenguas es la primera carta a los Corintios, en los capítulos 12, 13 y 14. Estos capítulos están dedicados a analizar los dones espirituales. En primer lugar, Pablo establece el origen, el propósito y la diversidad de los dones espirituales (1 Cor. 12). Luego, muestra que los dones deben ser ejercidos con amor (1 Cor. 13). Y finalmente corrige los abusos y las distorsiones que habían entrado en la iglesia de Corinto respecto del don de lenguas (1 Cor. 14).
Pablo explica, con toda claridad, que el Señor concede los dones espirituales “para provecho” (1 Cor. 12:7) de la iglesia. Los entrega con el propósito de “perfeccionar [habilitar] a los santos para la obra del ministerio” y para la “edificación del cuerpo de Cristo” (Efe. 4:12, 13). Los dones no son otorgados para beneficio del propio creyente, sino para ministrar a otros.
Además, el apóstol destaca que el ser humano no establece qué dones recibirá ni cuándo los obtendrá; es el Espíritu Santo quien decide, repartiendo los dones “como él quiere” (1 Cor. 12:11). El Espíritu concede dones diferentes a cada uno de los creyentes, que conforman un cuerpo espiritual (la iglesia) en el que cada miembro cumple una función distinta (1 Cor. 12:12-30).
El don desvirtuado Se ha discutido mucho acerca del don de lenguas mencionado en 1 Corintios 14. Sin duda, es un capítulo difícil de interpretar. Uno de los principios de interpretación bíblica establece que se debe entender los pasajes oscuros a la luz de los más claros. Por lo tanto, este capítulo debe ser comprendido a partir de la promesa de Cristo (Mar. 16:17) y su cumplimiento (Hech. 2; 10; 19); nunca a la inversa.
Este capítulo no puede referirse a “hablar lenguas angélicas”, frase que se menciona por única vez en 1 Corintios 13:1. Allí Pablo no afirma que habla lenguas angélicas, sino que alude a una situación hipotética (“si” condicional más verbo en subjuntivo). Utiliza una hipérbole para enfatizar la superioridad y la necesidad del amor. Aun si llegara a hablar el idioma de los ángeles pero no tuviera amor, de nada le serviría.
Al analizar 1 Corintios 14, es necesario tener presente que la versión Reina-Valera (de 1909, 1960 y 1995), tendenciosamente, agrega al sustantivo “lengua” los adjetivos “extraña” (vers. 4, 13, 27) y “desconocida” (vers. 14, 19), que no figuran en el texto original.
Pablo escribió a los corintios para corregir las distorsiones que se habían introducido en la práctica del don de lenguas. Lo que Dios concedió como un medio para predicar el evangelio y edificar la iglesia, se había convertido en un fin en sí mismo. Los corintios habían perdido de vista el propósito del don y pretendían usarlo egoístamente, sin darse cuenta de que así perdía todo sentido y hasta resultaba contraproducente para la iglesia.
En vez de usar el don de lenguas para predicar, lo estaban usando para orar y adorar. En la iglesia puede ser pertinente alabar y orar a Dios en otro idioma, si hubiere personas presentes que lo entiendan. Pero, puede ser enteramente inapropiado y desconsiderado hacerlo si ninguno de los presentes comprende ese otro idioma. Eso es lo que ocurría en Corinto.
Con mucho tacto, el apóstol procuró rectificar esta práctica equivocada, mostrando cuán inútil resultaba. Si se lo usaba de esta forma, sería preferible profetizar en la iglesia en lugar de hablar en lenguas, ya que así sería edificada toda la iglesia (1 Cor. 14:1- 5). Porque profetizar es mucho más que predecir el futuro; es hablar a los demás “para edificación, exhortación y consolación” (1 Cor. 14:3), “para que todos aprendan, y todos sean exhortados” (1 Cor. 14:31).
En realidad, al usarlo de esa manera era totalmente improductivo (1 Cor. 14:6-20). “Si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire” (1 Cor. 14:9). Aunque al alabar u orar en otro idioma te edificaras espiritualmente a ti mismo, argumentó Pablo, “el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho” (1 Cor. 14:16).
Por otro lado, Pablo recordó a los corintios que el don de lenguas es dado como una señal para los incrédulos. Pero, tal como lo practicaban, en lugar de ser una señal positiva traía oprobio y entorpecía la evangelización (1 Cor. 14:20-25).
Cómo debe usarse el don Luego de mostrar a los creyentes de Corinto que estaban usando en forma equivocada el don de lenguas, Pablo estableció algunos principios básicos para su uso correcto (1 Cor. 14:26-33, 39, 40).
Lo más importante es que ayude a crecer espiritualmente a los demás (sean creyentes o incrédulos). “Hágase todo para edificación” (1 Cor. 14:26).
Para que esto se logre, lo que se dice en otra lengua debe ser comprensible. De ahí que los que tienen el don deben hablar por turno (no todos juntos) y, si hablan en un idioma que no conocen los presentes, debe haber un intérprete (1 Cor. 14:27). Tan crucial es esto que Pablo ordenó: “si no hay intérprete, calle en la iglesia” (1 Cor. 14:28).
“Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (1 Cor. 14:33). Por eso, el apóstol concluyó sus instrucciones con un principio universal, al decir “hágase todo decentemente y con orden” (1 Cor. 14:40).
Conclusión Los dones espirituales pueden ser una tremenda bendición para la iglesia siempre que se usen para el propósito por el que son concedidos. Dios no los otorga para autenticar la experiencia cristiana personal. La evidencia de la conversión no consiste en los dones que alguien pudiera recibir, sino en la manifestación del fruto del Espíritu Santo en la vida diaria.
Satanás se ha esforzado por distorsionar y falsificar los dones. Las evidencias parecen indicar que, lamentablemente, ha tenido mucho éxito al producir un don de lenguas adulterado. Muchos profesos cristianos “hablan en una jerigonza incomprensible que llaman la lengua desconocida, y que lo es no solo para el hombre, sino también para el Señor y todo el cielo. Estos dones son fabricados por hombres y mujeres ayudados por el gran engañador”.5
Siempre debemos recordar que este don (como los demás dones) no es un fin en sí mismo; tampoco es lo más importante para la obra de evangelización. “El mundo no se convertirá por el don de lenguas, o por la obra de los milagros,
sino por la predicación de Cristo crucificado”.6
Procuremos los dones mejores y, guiados por el Espíritu Santo, usémoslos con amor para predicar acerca del Salvador Jesús.
Referencias
1 Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles (Buenos Aires: ACES, 1977), pp. 32, 33.
2 Ib id., p. 33.
3 Ibíd., p. 231.
4 Ibíd.
5 ____ , Joyas de los testimonios (Buenos Aires: ACES, 1987), 1.1, p. 161.
6 ____ , Testimonios para los ministros (Buenos Aires: ACES, 1977), p. 431.
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